martes, 1 de octubre de 2013

A traves de la ventana III

Volví a tener ese extraño sueño unas cuantas veces más. Sólo que cada vez es un poco diferente. La primera vez, cuando agitaba los brazos intentando que me viese, ella advertía algo, pero no se giraba a mirarme, y entraba a su habitación. La segunda vez, cuando intentaba hablarle, notaba como mis cuerdas vocales vibraban, y la voz subía por mi garganta, pero no llegaba a salir. Y así sucesivamente.
Me empecé a asustar un poco, no creía que fuese normal soñar angustiosamente con alguien a quien ni siquiera se conoce. Así que decidí  que la solución sería intentar evitar verla todo cuanto pudiese. Sin embargo resultó complicado, ya que mi escritorio daba justo a la ventana, por ende a la suya, y era mi lugar de trabajo, en el cual pasaba muchas horas. Cerré las cortinas un par de veces, pero la luz artificial me resultaba demasiado molesta y deprimente durante el día, así que acabé por abrirlas una vez más. Sólo me quedaba la fuerza de voluntad de concentrarme en cualquier cosa que estuviera haciendo, o tuviera que hacer, y dejar de distraerme con su presencia, cuando coincidíamos.

He de admitir que al principio fue algo complicado. Los sueños no habían desaparecido del todo, y era difícil mantener mi atención apartada de justamente aquello que me desvelaba. Sin embargo con el paso de los días y las semanas, los sueños dejaron de hacer aparición, y mi vida volvió a la normalidad, al punto de llegar a olvidarme total y completamente de la existencia de aquella chica.

Conocí a Mónica. Nuestras maletas eran iguales, y las intercambiamos maletas sin querer en el tren. Fue de aquellos encuentros que salen en las películas. Nos fuimos a tomar un café, y así es como empezaron las cosas. Es curioso algo tan amargo como el café puede crear a veces cosas tan dulces.

jueves, 18 de noviembre de 2010

A través de la ventana (continuación)

Y varios fueron los días en los que mi atención se veía absorbida por su presencia. Algunas veces transcurrían tardes enteras en las que no podía apartar mi vista de su ventana. Encontré curioso el hecho de que jamás cerraba las cortinas. A veces ni para dormir.
De vez en cuando la veía estudiar, o reír con amigas o con amigos que iban a su casa. Era algo realmente fascinante. Estaba descubriendo un nuevo mundo; el mundo de una completa desconocida que vivía al otro lado de la calle.
Su habitación era algo así como su santuario, su refugio, su universo. Parecía ser que todo lo que acontecía en su vida, sean pensamientos o sentimientos, efervescían en esa habitación de pocos metros cuadrados. Las paredes estaban llenas de fotos, pósters, cuadros, luces y estanterías llenas de libros. No podía distinguir bien las cosas, pero a la distancia irradiaba un aura como de santuario, un lugar de tranquilidad.

Volví en mí, y decidí distraerme. Fui al salón, me senté en el sofá y encendí la televisión. Hice un poco de zapping y lo dejé en el canal de National Geographic. Un documental me ayudaría a desconectar seguro. Al cabo de poco rato me sumí en un profundo sueño.  Soñé con la chica del otro lado de la calle. Soñé que estaba sentada en su ventana, fumándose un cigarro, y que yo estiraba mis brazos intentando tocarla, pero estaba muy lejos. Intentaba hablarle, pero no salía ningún sonido de mi boca. Movía los brazos desesperadamente, intentando que me mirara, pero nada captaba su atención. Finalmente se acababa su cigarro y entraba de nuevo en su habitación, cerrando las ventanas y las cortinas.
Me desperté dando un pequeño salto en el sofá. Estaba desorientado. En la tele echaban un programa sobre gente encarcelada en el extranjero. Vi la hora. Había dormido tres horas.
Decidí prepararme algo de cenar, y volver a la cama. Si bien me acababa de despertar, me sentía como si me hubiera atropellado un camión.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

A través de la ventana (parte 1)

Unos ojos oscuros se pierden esporádicamente en el paisaje que se muestra desde el alféizar de su ventana. Está sentada en bordillo con el peso perfectamente repartido para no caer al vacío. Su equilibrio es natural, no parece hacer fuerza para mantenerlo. Tiene puestos los auric y mueve levemente el pie al compás. Le da una calada al cigarrillo y vuelve a perder la mirada en el horizonte que se entremezcla con el humo que sale de su boca.
No sé cuánto rato me he quedado mirándola. Llevo cinco años viviendo aquí y jamás la había visto, o quizá tal vez jamás me había fijado. Una chica de aproximadamente unos veintidós o veintitrés años vive en el edificio del frente. Nos separa una pequeña callejuela, conocida por ser tranquila, como todo en este barrio. Mi barrio. 
Finalmente tira la colilla y vuelve a entrar en su habitación. Esta acción me saca repentinamente de mi abstracción y vuelvo a la realidad. Una sensación de extrañeza y pudor me embargan y hacen que me suba la sangre a las mejillas. No entiendo bien el por qué. Continúo haciendo mis cosas y noto como el rubor va desapareciendo.
La imagen de esa chica se ha quedado fija en mi mente. Sacudo la cabeza, como queriendo agitar mis pensamientos y decido ir a la cocina para prepararme la cena.

Ya es tarde y ha sido un día muy largo. Después de la sesión rutinaria de lavado de dientes, cara, puesta de pijama y sucedáneos, me meto a la cama y apago la luz. Antes de sumirme en la placentera inconsciencia del sueño, una imagen involuntaria se proyecta en mis párpados cerrados, como si fuera un fotograma de alguna película: aquella chica.


Dos semanas después...
Debo admitir que durante los dos siguientes días y por alguna extraña razón no pude dejar de pensar en aquella figura joven y femenina que vivía en el mismo piso que yo al otro lado de la calle. Pero luego se desvaneció, como un sueño. Al menos hasta hoy.

Mis ojos se la han encontrado sentada una vez más en su ventana. Pero hoy algo era diferente. Hoy sus ojos no escrutaban la inmensidad, ni tenía la música puesta, ni movía su pie al compás. Hoy su mirada se centraba en sus propios pies, encogidos por el frío y su cigarrillo se consumía con mayor rapidez. En algún momento giró la cara hacia la calle, y entonces pude ver que sus ojos estaban enrojecidos e hinchados, como cuando se llora. Sentí un pequeño vacío en el estómago. Aún ignoro el motivo. Al entrar a casa cerró la ventana y las cortinas de par en par, como si no quisiese que nada de fuera pudiera penetrar en su habitación, en su mundo... Ni la luz, ni el viento, ni la sombra. Encerrarse herméticamente en lo que probablemente sería su desgracia. Porque no se llora sin razón... siempre hay un por qué, por más que lo queramos ocultar.