miércoles, 17 de noviembre de 2010

A través de la ventana (parte 1)

Unos ojos oscuros se pierden esporádicamente en el paisaje que se muestra desde el alféizar de su ventana. Está sentada en bordillo con el peso perfectamente repartido para no caer al vacío. Su equilibrio es natural, no parece hacer fuerza para mantenerlo. Tiene puestos los auric y mueve levemente el pie al compás. Le da una calada al cigarrillo y vuelve a perder la mirada en el horizonte que se entremezcla con el humo que sale de su boca.
No sé cuánto rato me he quedado mirándola. Llevo cinco años viviendo aquí y jamás la había visto, o quizá tal vez jamás me había fijado. Una chica de aproximadamente unos veintidós o veintitrés años vive en el edificio del frente. Nos separa una pequeña callejuela, conocida por ser tranquila, como todo en este barrio. Mi barrio. 
Finalmente tira la colilla y vuelve a entrar en su habitación. Esta acción me saca repentinamente de mi abstracción y vuelvo a la realidad. Una sensación de extrañeza y pudor me embargan y hacen que me suba la sangre a las mejillas. No entiendo bien el por qué. Continúo haciendo mis cosas y noto como el rubor va desapareciendo.
La imagen de esa chica se ha quedado fija en mi mente. Sacudo la cabeza, como queriendo agitar mis pensamientos y decido ir a la cocina para prepararme la cena.

Ya es tarde y ha sido un día muy largo. Después de la sesión rutinaria de lavado de dientes, cara, puesta de pijama y sucedáneos, me meto a la cama y apago la luz. Antes de sumirme en la placentera inconsciencia del sueño, una imagen involuntaria se proyecta en mis párpados cerrados, como si fuera un fotograma de alguna película: aquella chica.


Dos semanas después...
Debo admitir que durante los dos siguientes días y por alguna extraña razón no pude dejar de pensar en aquella figura joven y femenina que vivía en el mismo piso que yo al otro lado de la calle. Pero luego se desvaneció, como un sueño. Al menos hasta hoy.

Mis ojos se la han encontrado sentada una vez más en su ventana. Pero hoy algo era diferente. Hoy sus ojos no escrutaban la inmensidad, ni tenía la música puesta, ni movía su pie al compás. Hoy su mirada se centraba en sus propios pies, encogidos por el frío y su cigarrillo se consumía con mayor rapidez. En algún momento giró la cara hacia la calle, y entonces pude ver que sus ojos estaban enrojecidos e hinchados, como cuando se llora. Sentí un pequeño vacío en el estómago. Aún ignoro el motivo. Al entrar a casa cerró la ventana y las cortinas de par en par, como si no quisiese que nada de fuera pudiera penetrar en su habitación, en su mundo... Ni la luz, ni el viento, ni la sombra. Encerrarse herméticamente en lo que probablemente sería su desgracia. Porque no se llora sin razón... siempre hay un por qué, por más que lo queramos ocultar.


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